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Siempré sé dónde encontrarlos: Un escrito desde el alma dedicado a la persona que fui. Capítulo III

Tengo el gusto de continuar mi escrito anterior, en la que les resumí un poco de mi pasión más interiorizada, que me ha acompañado desde hace por lo menos 10 años. Nuevamente agradecerles el favor de su atención. En este capítulo, cuyo orden narrativo aún no he establecido, me permito contarles sobre mi primer viaje a Japón en enero del 2025.

 Autorizado para aterrizar

En mi lista mental de cosas por hacer antes de morir, siempre estuvo visitar Japón.

Con el lanzamiento del Aeropuerto de Narita en 2022 para el simulador I’m an Air Traffic Controller 4, destacaba la presencia de Aeroméxico como una aerolínea gentil, que había estado presente en todas las ediciones anteriores del juego. En el manual, se anunciaba con entusiasmo que los vuelos directos entre México y Japón regresarían en marzo de 2023, tras haber estado suspendidos por la emergencia sanitaria.

Promocional de TB sobre Aeromexico como aerolínea gentil. Créditos: TB

Me emocionaba ver llegar esos vuelos de Aeroméxico en el simulador. Me sentía en conexión con Japón y pensaba que era bonito que los japoneses tuvieran a mi país en buena estima. En ese gesto, en ese código de vuelo en una pista virtual, sentía que México también tenía un lugar allá, aunque fuera lejano.

Ni siquiera en esos momentos de cercanía simbólica imaginaba que algún día pisaría suelo japonés. Era un pensamiento pasajero, algo que a veces me permitía soñar: que, cuando tuviera un buen trabajo, quizá abordaría ese avión. Pero hasta ahí. Esa posibilidad se sentía remota.

La vida, sin previo aviso, me trajo muchos cambios importantes, y con ellos, una posibilidad realista.

Esos cambios no solo trajeron obligaciones; también sembró proyecciones. Me preguntaba, sin saberlo del todo: “¿Cuánto tardaré en concretar ese sueño?”. Durante algunos meses, la idea quedó dormida, flotando en segundo plano porque era una idea vaga. Por alguna razón, lo había concebido como algo inalcanzable, más cerca de un deseo que de una meta concreta. Por influencia de un comentario que escuché en clase, esa misma noche y, saliendo de la universidad, compré un boleto de avión hacia ese destino que jamás imaginé que llegaría a ser real. El sueño me venció esa noche, pero al despertar, ahí estaba el correo de confirmación.

Yo daba saltos de alegría. Estaba incrédulo, pero feliz.

Desde ese día y hasta la fecha del viaje, mis noches se llenaron de planes. Me sentaba con una libreta a decidir qué debía priorizar, qué rutas seguir, qué detalles no podía perderme. Eran días hermosos, cargados de ilusión. Cada nueva cosa que aprendía sobre Japón se convertía en un deseo más que anotaba. Me entregué con disciplina a esa emoción, como si prepararme para el viaje fuera ya parte del viaje mismo.

El tamaño del reto era grande: viajar solo, recorrer un país entero sin compañía, planear cada trayecto, cada traslado. Pero, en el fondo, no me sentía intimidado. Ya conocía Japón, al menos virtualmente. Había caminado por sus aeropuertos, gestionado sus vuelos, escuchado sus radios y leído sus señales. Lo había recorrido cientos de veces desde la pantalla.

Aun así, cuando llegó el día del viaje y estuve de pie en el aeropuerto, con el pase de abordar en la mano que decía “Tokio/Narita”, experimenté una euforia que difícilmente se repetirá.

Me sentí conmovido.

Toda mi historia había esperado por ese instante. Pensé que, de algún modo, estaba abrazando a aquel yo de 15 años, al chico que se quedaba horas frente a la computadora imaginando lo que era volar a Japón, sin saber si alguna vez lo lograría.

En silencio, lo invité a venir conmigo, a dejarse llevar por la felicidad del momento.

Abrazando a la persona que fui

Y entonces, con los ojos cristalinos, sonreí mientras cruzaba la puerta del avión.

No sabía exactamente qué me esperaba, pero por primera vez, lo imposible había dejado de serlo.

En cuanto me senté en mi asiento, esa parte de mí, a que había aprendido exactamente cómo comportarse en un avión, que había memorizado los modales japoneses, que conocía de memoria la ruta de vuelo a Narita tomó el control.

Me dejé guiar por él.

Como si se tratara de un profesional consumado, asumió las riendas con una serenidad que solo da el tiempo. Supe, en ese instante, que algo había estado esperando dentro de mí durante años, listo para emerger en cuanto la realidad se alineara con el sueño.

¡Bienvenido a Narita!


Todo en mí se movía con naturalidad: cada gesto, cada respiración, cada pensamiento era el reflejo de quien se había preparado una década para este momento. Era como si la versión de mí de hace diez años, paciente y resiliente, hubiera vuelto a la cabina del alma para vivir lo que tanto imaginó.

Y ahí estaba: disfrutando cada segundo, absorbiendo con los poros las emociones que sólo se sienten cuando el anhelo se convierte en experiencia. Alimentando su alma con una felicidad tan honda como imborrable.

“Esto es para ti”, pensé. “Disfrútalo”.

Siempre he disfrutado los viajes en avión porque me permiten estar con mis pensamientos. Para esa noche en particular preparé algunas de las canciones que me gustaban en aquel momento para ayudarme a recordar mejor lo que pensaba, imaginaba, deseaba y sentía. Al menos durante las primeras horas me ayudaron a eludir el hecho de que me fui terriblemente preparado para un viaje tan largo, no obstante, fue ameno charlar con los pasajeros que tenía a lado, todo mundo tiene historias tan distintas, caray, el mundo es maravilloso. Este vuelo es de los primeros (o el primer vuelo internacional) en llegar, esa mañana el sol estaba resplandeciente y con certeza ha sido uno de los amaneceres más bellos que he podido observar.

Ver en vivo por primera vez al aeropuerto de Narita fue como encontrarme con un viejo amigo que, durante años, solo había existido en mis pensamientos. No hubo presentación formal, no hizo falta: yo ya lo conocía. Sabía en qué puerta estábamos, podía distinguir la forma de sus terminales desde el aire en mi imaginación. Pero, aun con toda esa información acumulada, fue distinto. Era real.

¡Estaba en Narita! una mañana húmeda muy fría, el cielo cubierto de nubes bajas. Lo que para otros pasajeros era rutina, para mí era revelación. Y lo viví en silencio, como se viven las emociones más íntimas. Nadie más lo entendía, pero no importaba. En ese momento, yo estaba completo, sentí que todo lo que había imaginado desde mi escritorio, los juegos, los planos, las cartas aeronáuticas, las horas frente a la computadora, todo cobraba sentido. Por fin podía ver, escuchar y oler ese mundo.

Para muchos podría parecer absurdo, pero uno de los recuerdos que más atesoraré, fue escuchar a un japonés hablar en japonés para darnos instrucciones a los extranjeros recién llegados. Ese momento tan sencillo vive en mi alma.

¡Tremendo frío los días de enero! 

¡Es como estar en el simulador!

Los días en todo Japón fueron maravillosos, es un país espectacular que todo aquel que pueda hacerlo, debería verlo antes de morir.

¡Claro que conozco todos esos vuelos! ¡Yo los he autorizado a aterrizar cientos de veces!


Tablero con las aerolíneas gentiles en el aeropuerto de Narita

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