En un país como México, donde el automóvil simboliza muchas cosas, no solo es un modo de transporte, sino es también un indicador de “éxito social” y es una aspiración, como una verdadera señal de haber superado la etapa “humillante” que representa moverse en transporte público representa también un reto para el gobierno y la sociedad, ¿Cómo bajamos a las personas del auto sin ofrecerles alternativas? Pero a la vez, el gobierno debe procurar no ser “una competencia desleal” a los transportistas que operan en la zona donde se construyan modos de transporte masivos como sistemas de metro o sistemas BRT. No podemos responsabilizar del todo a los usuarios de los vehículos, después de todo, las personas disponen de recursos limitados y el tiempo es uno de ellos a los que todos otorgamos valor.
Disponer de “tiempo” puede ayudar a desempeñar más actividades que den una herramienta a las personas al ya complicado objetivo de escalar socialmente y aspirar a mejores condiciones socioeconómicas. Preocupante es el hecho de que poseer un auto sea entendido como mejorar la calidad general de vida, aun cuando el auto es generador de una enorme cantidad de externalidades que todos pagamos, desde la contaminación del aire, las muertes o las afectaciones físicas generadas por los siniestros viales, la reducción en la velocidad comercial de autobuses colectivos a causa de la saturación de vialidades, hasta la destrucción de espacios históricos para privilegiar la construcción de autopistas o estacionamientos.
Es preocupante que la tendencia de personas que dejan los sistemas de transporte y optan por el auto o motocicleta es cada vez mayor, esta demanda en muchos casos es demanda perdida, casi imposible de recuperar. Ni siquiera es posible conocer con exactitud la cantidad de vehículos en circulación, mucho influye la gran cantidad de autos irregulares o “autos chocolate”
Con una distribución espacial desigual de los usos de suelo y la reducción en la densidad de habitantes en las zonas habitacionales, la concentración del empleo en ciertas zonas, el único resultado es un incremento exponencial en los kilómetros por recorrer y que incentivan la tenencia de un vehículo. A este problema, puede sumarse el transporte de mercancías, cuyos centros de distribución fueron comidos por la expansión acelerada de las ciudades y cuyas maniobras de sus vehículos generan un desgaste prematuro de vialidades, interrupciones al flujo vehicular continuo y una mayor accidentabilidad.
Las vialidades colapsan al verse incapaces de atender al creciente número de vehículos. Adicionalmente, con crecimiento de motocicletas en circulación aún permanece sin conocerse del todo las consecuencias para la seguridad vial de los usuarios y las interacciones que generan con el resto del flujo vehicular. Adquirir una motocicleta representa una alternativa “económica” a los usuarios incapaces de fraguar el costo de un vehículo y, la autoridad, no ha sabido a hacer frente para garantizar el cumplimiento del reglamento de tránsito que se hace presente cuando sus conductores invaden banquetas, carriles exclusivos y cuya conducción en muchos casos es temeraria e irresponsable.
Parece ser que, la única respuesta que encontramos es la de privilegiar a los sistemas de transporte tanto como sea posible para atender a un mayor número de personas, pero sin descuidar el nivel de servicio que los conduzca a optar por el modo de transporte más individualista e ineficiente en términos energéticos gastados por persona: el auto. En el debate público, debe existir la construcción de sistemas de transporte que estimulen una adecuada distribución modal, así como la profesionalización de quienes están a cargo de la planificación del transporte y la modernización de las herramientas con las cuales recolectan, preservan y analizan información.
En el caso de la bicicleta, permanece como un modo de transporte de “último recorrido” principalmente en zonas de oficinas y comerciales, pues difícilmente será una alternativa modal para usuarios que residen cerca de los límites de la ciudad y área metropolitana, pues existen barreras que serán extremadamente complejas de superar. Además, no debe caerse en el error de pensar que este modo de transporte es universal (es decir, para todo tipo de usuarios) y que sustituirá al automóvil.
La bicicleta no es un modo de transporte adecuado para adultos mayores ni resulta una opción cómoda y conveniente para trayectos muy largos. Además, su éxito dependerá de la integración que consiga con el resto de los modos de transporte y de las garantías que el gobierno ofrezca a sus usuarios, empezando por asegurar la integridad del vehículo para cuando el usuario requiera usarlo o la severidad de sanciones y campañas de cultura vial que tengan por objeto reducir los siniestros viales donde se involucra a la bicicleta.
El apoyo gubernamental para mantener la infraestructura operativa y otorgar facilidades para la modernización de empresas de transporte resulta crucial para atender los problemas de transporte
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