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Siempré sé dónde encontrarlos: Un escrito desde el alma dedicado a la persona que fui

 

Siempre sé dónde encontrarlos

Un ensayo dedicado a la persona que fui, a las aerolíneas y aeropuertos japoneses

Esta entrada será distinta a cualquier otra. Tal vez sea la forma más honesta que tengo de dejar una huella en este rincón del internet: no para agradar, no para ser compartido, ni para que otros coincidan conmigo. Escribir esto es un acto íntimo, un gesto casi secreto que me recuerda quién soy y lo que me habita.

Hoy escribo para una de esas pasiones que no siempre se entienden, pero que forman parte de lo que soy con la misma naturalidad con la que respiramos sin pensarlo. Una pasión peculiar, quizá extraña para algunos, pero profundamente mía: las aerolíneas japonesas.

No espero aplausos, ni explicaciones. Solo quería dejarlo escrito, como quien guarda una carta en un cajón que tal vez nadie leerá, pero que necesitaba ser escrita

Un Boeing 787-9 de Japan Airlines por despegar desde Taipei


Prólogo: Un avión esperando en plataforma

Este ensayo es una recopilación de experiencias personales entrelazadas con una pasión particular: la aviación civil japonesa. A lo largo de los años, he desarrollado un vínculo profundo y constante con las aerolíneas, aeropuertos y operaciones de vuelo del Japón contemporáneo. Lo que comenzó como un interés impulsado por la curiosidad, se convirtió gradualmente en una presencia significativa que me ha acompañado durante distintos momentos de mi vida.

El objetivo de este escrito no es solo compartir anécdotas sobre viajes, simuladores o aviones, sino reflexionar sobre cómo una afición puede convertirse en un recurso emocional, en una forma de lectura del mundo, e incluso en una herramienta para el autoconocimiento. A través de estas páginas se narra la manera en que la aviación japonesa fue mucho más que una temática: se volvió compañía, lenguaje y refugio.

No es necesario ser entusiasta de los aviones para leer estas líneas; basta con haber tenido alguna vez una pasión que nos haya sostenido o un espacio seguro que nos haya permitido seguir adelante. Esta es mi historia contada desde ese lugar.

Mis días despegan desde Haneda

No tengo duda de que lo vivido durante la infancia y la adolescencia marca, con tinta indeleble, aquello que más adelante nos empuja a salir de casa y buscar nuestro propio rumbo. Esas pasiones se instalan hondo, sin pedir permiso, y acaban guiando nuestras decisiones, moldeando nuestras rutinas y sosteniendo la emoción y la expectativa de seguir vivos.

La mía aterrizó cuando tenía quince años, con coloridas máquinas casi que opuestas, azul y rojo, de las aerolíneas japonesas, acompañada de anuncios de seguridad que no podía entender y provenientes de ciudades que jamás había escuchado. Desde entonces, se convirtieron en mis compañeras constantes. Y son ellas, precisamente, de quienes quiero hablar en este ensayo.

Este no es un texto hecho de datos ni de análisis técnicos. Tampoco pretende hablar de la aviación como industria, ni de Japón como un destino de ensueño. Lo que aquí se narra es otra cosa: una promesa que me hice a mí mismo, una promesa hecha desde el asombro y el afecto.

Cada quien tiene sus formas de distraerse. Para muchos, son los amigos, las mascotas, la familia. Y aunque yo también valoro todo eso profundamente, encontré un refugio adicional, uno que nadie me enseñó, pero que se volvió imprescindible en las lejanas pistas de los aeropuertos japoneses. Un espacio donde el tiempo parece detenerse. Un lugar que me inunda de paz.

Quiero contar la historia de cómo unas aerolíneas que vuelan a miles de kilómetros de donde nací, terminaron volando dentro de mí.

Todo comenzó con un tablero digital en la computadora: el software I’m an Air Traffic Controller 3. Fue mi primer portal hacia un mundo completamente ajeno. Antes de ese encuentro, ni siquiera sabía distinguir los países que conforman Asia. Japón era, para mí, apenas una idea lejana, envuelta en los típicos estereotipos que uno escucha del boca a boca con anécdotas dudosas o lo que lee en enciclopedias desactualizadas, o en los fragmentos dispersos de internet.

Im an air traffic controller 3, aeropuerto de Narita. Fuente: Archivo propio


Pero ese universo digital cambió todo. Fue ahí donde descubrí por primera vez a Japón, y en particular, a sus aerolíneas y aeropuertos. Al principio fue solo un pasatiempo más, un juego que me atrapó por su novedad. Desde niño, al ver los aviones en el cielo, no soñaba con pilotarlos como lo hacen muchos. Yo imaginaba otra cosa: quería ser quien orquestara esas coreografías perfectas de despegues y aterrizajes, mucho antes de saber qué era el “control de tránsito aéreo”. Me gustaba la idea de hablar con los pilotos, de coordinar con los equipos de tierra. Volar, en cambio, me generaba miedo, quizás por los documentales de catástrofes aéreas que veía sin cesar. Y, sin embargo, todo eso me parecía profundamente apasionante.

Así encontré un universo nuevo, que reunía todo lo que me interesaba. En ese entonces, no podía ubicar en un mapa la ruta desde Tokio a ciudades como Chitose, Osaka, Komatsu, Naha o Hanamaki. No entendía el idioma. Todo me resultaba desconocido. Pero paso a paso, fui descifrando la anatomía de los aeropuertos, el significado de las comunicaciones por radio, los procedimientos de vuelo, las cartas de aproximación, los planes de vuelo y hasta los METARs. Japón dejó de ser una silueta lejana y comenzó a dibujarse con nitidez en mi cabeza. Y cuanto más lo entendía, más deseaba recorrerlo, al menos virtualmente.

Todo esto ocurría mientras transitaba mi adolescencia, esa etapa donde el mundo parece gritarte desde todos los frentes, donde uno empieza a descubrir la dureza de la vida, la fragilidad del entorno, el peso del desinterés y la soledad. Mientras muchos a mi alrededor seguían modas o buscaban ídolos, yo hallaba consuelo en las libreas coloridas de las aerolíneas japonesas, en esos aeropuertos tan distintos entre sí que parecían mundos separados.

Controlar los vuelos, aunque fuera desde un simulador, me enseñó mucho más que a dirigir tráfico aéreo. Me enseñó el valor de la atención plena, de observar con cuidado, de detenerme a contemplar. En esas sesiones largas frente a la pantalla, donde la pista se iluminaba con cada nuevo despegue, fui entendiendo la belleza de los ciclos: los nuevos aviones que se integraban al mercado, los modelos más antiguos que se retiraban silenciosamente, agradeciéndoles por los vuelos seguros, la llegada de nuevas aerolíneas, la suspensión de algunas rutas, la expansión serena pero decidida de los aeropuertos, la apertura de nuevos destinos.


Hasta aquí, la primera parte... ¡Gracias por el favor de tu atención!

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