El transporte constituye una de las actividades económicas fundamentales en los países y en las relaciones existentes entre ellos, desde el origen de los primeros núcleos sociales humanos. En un principio el hombre era trashumante y sus limitaciones técnicas le obligaban a seguir a los grandes rebaños en sus emigraciones para obtener comida y vestidos, generalmente atacando ejemplares de las manadas que quedaban retrasados o abandonados por ser viejos, por estar enfermos o por estar heridos. Posteriormente, y con el descubrimiento de las armas, los grupos de cazadores fueron capaces de enfrentarse de una forma más directa a estos animales.
Fue la aparición de las primeras ciudades de la Mesopotamia cuando el hombre agricultor y sedentario empezó a convivir con el hombre nómada y cazador, hasta entonces enfrentados.
De este modo, apareció la necesidad de intercambiar productos complementarios y por ello se establecieron relaciones entre ciudades por motivos comerciales. Así, el transporte de mercancías para el intercambio o la compraventa empezó a tomar forma, y de este modo surgieron las primeras redes planeadas y conservadas para uso público. Estas redes fueron las llamadas Veredas Reales o Imperiales, que a su vez generaron la posibilidad de recaudar recursos monetarios mediante la aplicación de tasas que gravaban dichas actividades comerciales. Fue precisamente este afán recaudatorio el que propició que los poderes existentes crearan mejores rutas comerciales, con lo que apareció una mayor facilidad para el transporte y, por lo tanto, un incremento de la actividad.
Son un claro ejemplo de este desarrollo histórico los imperios del cercano y del lejano Oriente, destacando por encima de todos el caso del Imperio Romano, que basó su extensión y desarrollo en la construcción de calzadas que hoy en día todavía perduran, y que son el origen de gran parte de las comunicaciones por tierra que se producen en el territorio europeo.
Posteriormente, y a medida que las comunicaciones aumentaban, surgió la necesidad de abrir nuevos mercados para ciertos productos manufacturados así como de buscar nuevos yacimientos de los que poder obtener las materias primas necesarias. De esta manera, se consolidó el transporte marítimo, ya que éste presentaba las ventajas cualitativas de mayor capacidad y velocidad frente al trasporte terrestre de la época, desarrollado a través de caminos difíciles y en largas caravanas de animales.
Pero no fue hasta el siglo XVIII cuando se produjo la primera gran revolución en el transporte con la aparición del transporte sobre raíles. Este transporte por ferrocarril está basado en el principio de la adherencia acero-acero y en el del guiado, que exige que el material rodante recorra un camino prefijado y establecido. Esta restricción que se impone a los grados de libertad del movimiento del vehículo ofrece serios inconvenientes desde el punto de vista de la explotación, ya que los adelantamientos y cruces tan sólo pueden realizarse por medio de aparatos situados en lugares fijos.
Sin embargo, esta característica tan especial no ha impedido que el ferrocarril haya tenido una enorme proyección en todo el mundo, hasta el punto de ser considerado como uno de los inventos más importantes de este planeta.
Para explicar esta gran importancia, se debe tener presente que la incorporación del ferrocarril permitió a los diferentes países adquirir elevados grados de desarrollo, ya que suponía una mejora considerable respecto de los medios terrestres que hasta ese momento poseían. Esta circunstancia permitió que el ferrocarril ocupase una posición de monopolio, ya que tan solo era inquietado por las vías de navegación, siempre y cuando la competencia pudiera establecerse. La aparición posterior del transporte aéreo no hizo más que refrendar la gran importancia que el transporte ha tenido en las actividades económicas entre regiones o países.
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